Al estallar la Revolución Mexicana el ministro de Hacienda, José Ives Limantour se encontraba en Francia, por instrucciones del presidente Díaz, colocando bonos mexicanos. La noticia del conflicto en la prensa internacional generó incertidumbre entre los inversionistas extranjeros.
El nuevo régimen encontró dificultades para operar el capital resguardado en medio de un ambiente de inseguridad y violencia. En 1911 la inversión extranjera –dominada por franceses- alcanzó 3,400 millones de pesos, de los cuales se destinó el 5% a la banca.
Foto: Revolucionarios desfilando
Tras el derrocamiento de Francisco I. Madero, el presidente Victoriano Huerta impuso entre otros, un impuesto de guerra del 15% sobre los depósitos bancarios, lo que ocasionó retiros de pánico. La crisis se agudizó aún más en el gobierno de Venustiano Carranza quien, si bien había logrado una estabilidad momentánea, ocasionó un caos económico al imprimir un exceso de billetes. Esto provocó retiros masivos y tensiones con las instituciones bancarias que defendían sus reservas esperando que el gobierno regulara a las sociedades de crédito. En 1916 los bancos fueron incautados y permanecieron así hasta 1921 cuando, bajo el gobierno de Álvaro Obregón, fueron devueltos a sus dueños y la economía logró estabilizarse.
Durante la Revolución Mexicana la Bolsa se vio en la necesidad de cerrar y reformular su quehacer y funcionamiento interno. Sin embargo y a pesar de la inestabilidad económica, la desconfianza generalizada y la fluctuación de valores con promedios a la baja, los resultados fueron positivos; se realizó un esfuerzo por construir un marco normativo ético lo que permitió un mejor rendimiento, favoreciendo que la Bolsa adquiriera, más adelante, un carácter público.